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martes, 14 de octubre de 2014

Orgullo y asco por ser español.

Qué pereza me dan las banderas, las patrias y los insultos en Facebook...

De pequeño me partía de risa con un gag de Gomaespuma en el que salía un señor que no se aguantaba a sí mismo. "Me caigo fatal y me hago la vida imposible porque no me soporto", venía a decir.

No se me ocurre mejor definición para esa España que se empeña en autodestruirse porque medio país no soporta a la otra mitad. Esa España que ni siquiera puede cantar en las Olimpiadas porque no hay manera de ponerle letra al himno de la nación, si es que se puede hablar de una única nación española sin que lluevan insultos desde Cataluña, Euskadi, Galicia, Canarias... o incluso El Bierzo leonés que también tiene su propio movimiento separatista. O la República Independiente de Karabanchel, ya que estamos.

Como ya me conozco las redes sociales, vaya por delante que este es un artículo de opinión. La opinión de una persona que además tiene formación periodística, pero nada más que eso. Un ejercicio de honestidad que igual termina siendo un artículo con sabor a Pérez Reverte, levantando ampollas y ofendiendo sensibilidades. Pero el periodismo honesto no puede, ni debe, agradar a todas las partes, así que me conformaré con molestar a todos por igual.

La patria es un concepto que se me escapa un poco. Si miramos en la RAE, encontramos que puede ser simplemente el lugar donde naciste, o bien la tierra que amas:

Definición de "Patria" según la Real Academia Española de la Lengua
Fuente: www.rae.es (14/10/2014).











Sin embargo, me gusta más el análisis que ofrecen en la película de Martín (Hache) (Adolfo Aristarain, 1997). La patria como invento de los poderosos para mantener su sistema de privilegios. Recomiendo ver la escena porque no tiene desperdicio.




Aunque el personaje de la película habla de la Argentina de los noventa, sus palabras podrían hacer referencia a la España actual. Abunda la sensación de que hagamos lo que hagamos es imposible cambiar el sistema y solo nos queda sobrevivir. Esa es la trampa.

En tiempos de crisis, los políticos ondean banderas (ya sea la rojigualda, la republicana o la señera) como ese torero castizo y casposo que agita el capote delante de un toro herido. No le queda más opción que embestir, malgastando sus fuerzas en un combate injusto en el que el toro no puede vencer. Y los españoles (entre los cuales incluyo, por supuesto, a los catalanes) se lanzan a por la bandera como toros bravos con la esperanza de encontrar allí una identidad que justifique las miserias de nuestra realidad cotidiana.

"Se extraña el barrio, pero también lo extrañás si te mudás a diez cuadras. [...] Tu país son tus amigos, y eso sí se extraña". Y tanto que sí. Yo soy más madrileño que español, más español que europeo y más Carabanchelero que cualquier otra cosa. Pero muchas de las mejores personas que he conocido en mi vida son polacas, marroquíes, taiwanesas, japonesas, ecuatorianas e incluso norteamericanas. Y ellos también son mi patria, porque los echo en falta. 

Mi patria es el sol, el cocido madrileño y el pulpo a la gallega. Mi patria es salir a la calle y poder hablar con cualquier abuelillo en un parque porque así somos los españoles, pero también los portugueses. Mi patria es comer aceitunas porque mi sangre lleva siete siglos de influencia árabe y allí se llaman "zaytunas", en lugar de comer "olives" como los franceses e italianos, pero sin olvidar que las leyes de mi país están fundadas en el Código Napoleónico y en el Derecho Romano. Mi patria es saber que el Sur, el Centro y cada vez más parte del Norte de América habla el mismo idioma que yo y comprende mi sentido del humor mucho mejor que Angela Merkel, la presidenta encubierta de mi gobierno, aunque si busco similitudes con Alemania no puedo olvidar que los visigodos que conquistaron la Península en el siglo V eran de origen germánico. Mi patria es saber que en la clase de mis sobrinos hay niños chinos, africanos, peruanos y rumanos, y que ellos con cuatro años no aprecian la diferencia porque se sienten iguales. Todo eso me hace sentir orgulloso.

Mi patria, en definitiva, no es la España de los toros y las sevillanas, ni tampoco la de las cuentas en Suiza. Mi patria no son las procesiones de Semana Santa ni la sumisión del Estado aconfesional ante la presión de los votos de la Iglesia Católica (que no es lo mismo que el cristianismo). Mi patria no es Mariano Rajoy ni el del PSOE ni el sinfín de políticos corruptos e incompetentes que gobiernan a dedo porque el sistema electoral pactado en la transición es una tela de araña que nos atrapa cada cuatro años inexplicablemente cuando la gente vuelve a votarles. Mi patria no son los recortes en Sanidad y Educación, sino el maravilloso sistema de Sanidad Pública que teníamos hace apenas cuatro años. Mi patria no es la comercialización del dolor y la miseria de Telecinco, ni la apología de la incultura con los nuevos ídolos de masas como Belén Esteban y allegados. A mí todo eso me da asco, amigo catalán, amigo vasco, amigo español. Todo eso me hace sentir asco por ser español.

Me encantan Fernando Alonso, Rafael Nadal, Andrés Iniesta y Pau Gasol, y ellos sí que son parte de mi patria, porque el deporte es la única cosa que hasta el momento ha logrado unir a las dos Españas, las dos mitades siamesas de este enfermo que agoniza desde 1936 (y mucho antes). Pero también me siento orgulloso de mi equipo de barrio cuando jugamos al fútbol y después nos tomamos unas cervezas aunque hayamos perdido, porque así es la grandeza de nuestra cultura. Y sin embargo, me repugna la cantidad de neandertales que solo quieren ver un Real Madrid - Barça para gritar "puta Cataluña" o "puta España".

Así que amigos y amigas, todo esto de las patrias a mí no me cabe en una puta bandera, sea la que sea.


Patria. Ferran Martin.
Viñeta de @ferranmartin